Un durangueño en el lejano oriente...

Hace unos años conocí a Eliuth, un joven inteligente con futuro prometedor que prestaba sus servicios bajo la (mal)sana guía del egregio Señor Director de Fusión X (léase el Chinito). Como eramos vecinos, pues empezamos a brindar constantemente y nos hicimos cuates. Afortunadamente, Eliuth emigró para otros lados más productivos, y actualmente hace gala de su destreza en una importante compañía. Hace un par de meses me di cuenta que mi compa andaba rolando por países asiáticos, por lo tanto le pedí un informe detallado sobre tugurios que haya visitado, y tuvo la amabilidad de enviarme la siguiente crónica, que enseguida comparto con ustedes. Las fotos y textos son de Eliuth-San: 

Era un día lluvioso en Ginza, uno de los distritos más exclusivos y aspiracionales del Tokyo moderno. Galerías donde podías encontrar pinturas y autos exóticos: Ferrari, Bentley y Lamborghini  eran tan comunes que la gente ha dejado de  mirarles con el asombro que yo lo hacía. Aun con ello, el barrio de Chuo ofrece opciones para toda clase de niveles y gustos, desde los restaurantes y bares más estrictos en su código de vestimenta y color de la tarjeta de crédito, hasta los pequeños lugares enclavados en los recónditos laberintos bajo las líneas del metro, donde igual confluyen oficinistas que obreros.
Me había decidido visitar este lugar del que poco había escuchado, más allá de la recomendación de la aplicación de mapas de mi teléfono, como el sitio más cercano a mi ubicación. Hubo que descender dos niveles hasta alcanzar la entrada, en ninguno de los escalones podrías atinar lo que se iba a encontrar tu persona, solamente un par de anuncios con una escultura similar a una esfinge rodeada de felinos lectores y algunos trazos en japonés. Mi dominio del idioma, dígase de paso, apenas alcanzaba para dar las gracias al recibir un servicio, por lo que no estaba preparado.
Desde que abrí la puerta el sitio me impacto, plagado de esculturas únicas, muñecas andróginas, un antiguo piano, una fogata sobre la que reposaba un cráneo humano que quiero llegar a pensar era una imitación, aunque por las características del sitio bien podría ser real y haber sido adquirido de una fuente legítima (o ilegitima). Caruso sonaba en aquel pequeño lugar, después vino Fleta, Mado Robin, todos en un sonido perfectamente ecualizado y nítido, el cual cumplía adicionalmente la función de integrarse como parte del concepto integral de Zikkai.
Sobre las paredes grabados de artistas locales famosos, esculturas doradas de mujeres desnudas elaboradas con todo el esmero del fetiche por las formas perfectas y extrañas. La fornitura compuesta por amplios sofás de cuero rojo le da un contraste único a las paredes pintadas de negro. El lugar de primera mano podría parecer saturado en sus formas, en sus intenciones góticas y oscuras, en la pretensión de la diferencia llenar de todo lo posible cada espacio, pero no era así, cada una de las piezas tenía una razón de ser, un deseo único de ofrecer una idea, una imagen para cada pequeña cosa en el lugar.
Sus camareros, mujeres en su mayoría ostentaban la vestimenta clásica de alguien de la zona, pantalones negros y corbata sobre una blusa perfectamente ajustada, un corsé discreto que les daba aún  más la presencia propia de la elegancia, esa que no puede fingirse un día, sino que se forja donde crecen las letras y florece la música auténtica.
La librería frente a mí se presentaba una amalgama única, una paleta de escritos desde la escenografía del cine mudo hasta la concepción de fotógrafos extranjeros fascinados con una ciudad a la que insistían en retratar con un desnudo surreal de sus mujeres. Fuera de estas obsesiones que rozaban en el pseudo-arte podías encontrar verdaderas joyas inaccesibles en el resto del mundo, libros como “Dark Stories from Dark Artists”, análisis de películas obsesivas y de humor negro alrededor del mundo como “Mumsy, nanny, sonny and girly” o compilaciones de las siempre incomprendidas visiones eróticas de Richard Kern. Parece que en los sitios underground japoneses le rinden pleitesía a Lars Von Trier o los clásicos urbanos como la legendaria “Metropoli”.
Un espresso acompañó mis primeras lecturas y la asimilación de los sentidos. Pese a estar en un sótano, una ventilación especial permite al comensal disfrutar de su tabaco favorito; puros y cigarrillos están a tu disposición por un precio nada módico. Al menos dos horas pasaron para degustar el obligado sake y agua fría, que me acompañaron a sumergirme en una lectura profunda de artistas nuevos y desconocidos, para alguien que se jacta estar dentro de aquel mundillo de artistas alternativos y conceptuales.
Entrada la noche tome mi paraguas y dejé atrás uno de los lugares más excéntricos y maravilloso que he visitado en toda mi vida, caminé por las calles de Tokio hasta encontrar el siguiente lugar a visitar, pero puedo decir de antemano que la experiencia única ahí es irrepetible, que es un lugar obligado, que su oscuridad ilumina, que no encontrarán un lugar en ningún otro lado del mundo, pero créanme voy a buscarlo y llegado el momento de pararme de nueva cuenta en el imperio del sol naciente, regresaré a sumergirme de nuevo en la oscuridad cultural de “Los diez mandamientos”, que por si no se lo habían preguntado, es lo que significa 十誡.

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