Me cae que ese refrán es la mera neta y las mujeres lo
entienden a la perfección, ya ven que se la pasan comprando harta ropa (que a
veces nomás se ponen una vez y ya). La frase no es nueva y su espíritu ya estaba presente desde siglos atrás, por ejemplo chequen lo que comenta el buen señor Lucas Alamán en su Historia de México, libro
editado por la SEP en 1984, sobre los estilos de vida en el México del siglo XIX:
"Frente a los grupos mayoritarios de la ciudad, generalmente
miserables y casi desnudos que relatan los numerosos testimonios de cronistas y
viajeros, los miembros de la élite se hacían notar en calles y plazas inclusive
por su vestimenta; como esta clase, a la que se agregaban todos los que
adquirían fortuna, pues todos pretendían pasar por españoles y nobles, se
distinguían del resto de la población por su traje, estando más o menos bien
vestidos los individuos que la formaban, cuando el pueblo generalmente no lo
estaba, se conocían con el nombre de 'gente decente' y esto, más bien que el
nacimiento, era el carácter distintivo con el que se designaba".
Relacionado con lo anterior, el
ilustre jurista Mariano Otero opinaba en su Ensayo sobre el verdadero estado
de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana:
"Las clases acomodadas del país, que se componían de algunos
condes, marqueses y otros titulados nobles, propietarios, hacendados y
comerciantes, no tenían una educación más esmerada, y puede decirse con
generalidad que solo se distinguían del vulgo por su vestido y porque sabían
leer, escribir y contar con alguna facilidad".
100 años después, en el siglo XX
la autora Gaby Vargas se convirtió en una de las pioneras en México en manejar
profesionalmente la imagen de una persona. En su libro Todo sobre la imagen
del éxito, en el capítulo denominado El atuendo personal, opina lo siguiente:
"Así que la ropa no miente: en realidad somos extraños para
la mayoría de las personas. La ropa es el principal mensaje que enviamos a los
demás, constituye nuestro medio de comunicación más constante. Cuando las
personas nos ven, lo primero que conocen en nuestra manera de arreglarnos y
vestirnos, lo que se convierte en la primera información que reciben de
nosotros y la respuesta que obtengamos de los demás dependerá en gran parte de
lo que lean de nosotros, por lo tanto debe haber congruencia entre lo que somos
y lo que mostramos.
La ropa es
algo que no solo tiene la utilidad de protegernos ante las variaciones del
clima, ni se usa solo para evitar que nos arresten si salimos desnudos a la
calle; tampoco es algo que usamos solamente para causar admiración. La ropa más
que todo eso es comunicación.
Si los
demás perciben que no sabemos ni siquiera arreglarnos pueden asumir que tampoco
sabremos hacer otras cosas".
Y ya entrados en el siglo XXI, la ropa sigue siendo un
factor determinante para enviar mensajes de estatus. Chequen lo que nos dice Ricardo
Ravelo en su libro Osiel, vida y tragedia de un capo:
"Osiel se esmera por ser un figurín, y decide entonces
vestirse con ropaje fino y elegante. Esta envoltura transforma su personalidad,
pronto aquella camisas campiranas de cuadros coloreados y los pantalones de
mezclilla desteñidos por el prolongado uso son sustituidos por prendas de
marca.
Tal es el
esmero por el bien vestir, que se pone en contacto con representantes de las
firmas exclusivas y se decide por los trajes del diseñador Hermenegildo Zegna,
que compra por encargo en la exclusiva tienda Hemisfer en la plaza de San
Agustín, en San Pedro Garza García, Nuevo León, donde también lo hacen las
figuras más poderosas del ámbito empresarial y de la mafia.
Para
complementar su atuendo, cuando Osiel estrena alguno de los costosos y
exclusivos trajes para acudir a algún compromiso social o de negocios, o a una
cena con la dama a que corteja, se perfuma con una exquisita fragancia de
Cartier, la preferida de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela,
jefes del cártel de Cali.
En el
guardarropa de Osiel también abundan los pantalones y camisas de algodón y lino
de marcas famosas. No pueden faltar los zapatos que más le gustan: los Grand
Emiko del número nueve y medio en todos los tonos y estilos".
Por tal razón, en estos momentos aciagos en los que mis negocios
religiosos están por los suelos, no importa que nomás me alcance pa' tragar pan, lo
primordial es que yo ande bien vestido como todo un dandy, para seguir
apantallándolos.